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Un toque italiano
–primera parte–

 

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Por Javier Carlo

 

 

Italia, nación heredera del bagaje cultural de las civilizaciones del Mediterráneo, de la concurrencia de los pueblos de Europa y del florecimiento de algunos de los movimientos artísticos, científicos, políticos, religiosos y sociales que han determinado el curso de la humanidad. Seno del Imperio romano, del Renacimiento y una serie de vanguardias tales como el cine, la moda y la gastronomía. Sus ciudades emblemáticas, sus celebridades, su historia, sus tradiciones, sus mitos y ese toque refinado y a la vez casual hacen de Italia el quinto país más visitado del mundo, con una afluencia promedio de 43.7 millones de turistas al año[1], sea por placer, por motivos de trabajo o bien, de fe.

En un recorrido que emprendo desde Roma, primero hacia el norte y luego al sur de la península, pretendo abordar algunos aspectos de la cotidianeidad de los italianos, de su cultura de servicio y del impacto tecnológico que se deja sentir –justo– en ambas.

En las 2 primeras de estas 4 entregas, cabe señalar, compartiré algunas de mis reflexiones en un viaje por demás estructurado, que incluye ciudades como Florencia, Pisa, Milán y Venecia; en las siguientes, una experiencia opuesta, relataré las vicisitudes de llegar hasta Palermo en una especie de golpe de suerte. Finalmente, me aventuraré a comparar los escenarios entre Italia y México a partir de los temas antes mencionados.

Roma, una noche de domingo de verano, es una ciudad fantasma, sin mayor actividad que aquella que caracteriza a los puntos 100% turísticos –también llamados ‘trampas’–, tal como ocurre en otras capitales europeas; uno de ellos, la Fontana di Trevi, famosa por esa escena de ‘La Dolce Vita’ (Fellini, 1960), en la que Marcelo Mastroianni y Anita Ekberg se meten a la fuente y casi son arrestados. El lugar, pese a ser imponente, ha perdido su sobriedad y ya no es el mismo de la película; ahora se encuentra rodeado de pubs y comercios, cuyo bullicio hace difícil recrear la armonía de las calles, el susurro del agua o bien, el maullido del gato.

La Fontana di Trevi, la más barroca de Roma, también es famosa por la tradición de aventar monedas para pedir deseos, de tal forma que ésta cuenta con un aura metálica permanente a los pies de Neptuno y sus hipocampos. La mejor hora para visitarla, no obstante, es alrededor de las 11 la mañana, cuando encienden las bombas, ya que hay menos gente, aunque no vendedores.

Para un viajero, su primera vez en Roma habría de comprender la visita al Colosseo (originalmente llamado Anfiteatro Flavio), al Palatino y el Foro, la cual –siendo honesto– le llevará tiempo debido a su extensión. Al concluir, con certeza aprenderá 2 lecciones que no aluden propiamente a un factor histórico, sino turístico. Por una parte, que una botella con agua o un refresco en lata pueden costar entre 3 y 6 euros, dependiendo de la intensidad del sol y la confabulación de los vendedores, ya que no hay tiendas de conveniencia en las inmediaciones. En este sentido, mi recomendación es guardar la botella una vez consumido el líquido y llenarla tantas veces como sea necesario en las fuentes de Roma, pues todas ellas cuentan con agua potable, bebible y fresca, proveniente de la Toscana. Lo cual representa un gran ahorro.

Por otra, que a la hora de comer resulta conveniente dejar a un lado los prejuicios y dirigirse a la Via San Giovanni in Laterano, la calle más gay de Roma (junto al Colosseo), donde se encuentran algunos de los mejores restaurantes y heladerías de la ciudad. Que en mi opinión es imperdible, no tanto por el toque de la comunidad LGBT (hasta cierto punto reservado), como por el sabor de los platos que ofrece. 

Conforme avanza la tarde, una de las situaciones más curiosas que podríamos encontrar es el hecho de que muchas parejas de recién casados llegan hasta este centro monumental para fotografiarse con el Colosseo de fondo, tal como aquí ocurre con el Ángel de la Independencia.

Ninguna primera vez habría de estar completa sin que el viajero camine del Colosseo a la Piazza del Campidoglio y la Piazza Venezia, ni subir a un costado del palacio presidencial y permanecer un rato en el mirador, justo cuando la noche cae, asediado –no obstante– por el atisbo férreo de la guardia (aquí en Roma existe el prejuicio de que la gente muy alta es torpe y sólo funciona bien de escolta). De ahí, podría bajar hacia el Panteon de Agripa –cabe señalar que la palabra panteón significa templo de todos los dioses–, impresionante por su domo interior, cuya perforación suministra la única fuente de iluminación, y famoso por albergar la tumba de Rafael (pintor y arquitecto renacentista).

El recorrido continuaría hacia la Piazza Navona y el Campo dei Fiori, sitios en los que es posible disfrutar de la vida cultural y bohemia de Roma, en un marco donde abundan los pintores, los artesanos y los artistas callejeros, así como una serie de restaurantes y pubs en los que la fiesta se extiende fácilmente hasta las 2 de la mañana, un día entresemana. Por el transporte no habría que preocuparse, pues la línea de autobuses mantiene una corrida cada media hora en promedio, a partir de la media noche.

Pese al itinerario que recién describí, Roma se percibe –en efecto– como un centro de gran riqueza histórica, monumental y perenne, más no así como la capital de un país en toda la extensión de la palabra.

Roma –en sí misma– no cuenta con una dinámica empresarial distinta a la de la industria turística, ni con una infraestructura, en cuanto servicios, capaz de satisfacer la demanda de sus habitantes como de la gente que la visita. La red de autobuses, por ejemplo, es lenta, burocrática y acostumbra hacer paros constantes en temporada alta; el sistema del metro es insuficiente, pues tiene sólo 2 líneas, las cuales circunscriben el núcleo de la ciudad, pero no alcanzan todos los puntos de tránsito importante; el tren, con sus conexiones a cercanías y al aeropuerto, no contempla un horario extendido ni una tabla de costos que sea accesible a los viajeros.

Aunado a lo anterior, la mayor parte de la población no considera importante el hecho de hablar inglés ni de brindar un apoyo mínimo en otro idioma que no sea el italiano, de tal forma que la gente de primera línea, una vez más en cuanto a servicios, suele ser de origen extranjero (por lo general, asiática). Tenor al que he de hacer referencia en buena parte del viaje.

Finalmente, Roma tampoco se percibe como una ciudad con una alta actividad comercial, manufacturera o de transformación, por ende, tampoco se vislumbra como una urbe tecnologizada. En dado caso, una ciudad con tales características se encuentra a poco más de 500 kilómetros al norte; y ésta es –en mi opinión– Milán. 

[1] Fuente: Organización Mundial del Turismo, 2009.

Javier Carlo
Maestro en Comunicación por parte de la Universidad Internacional de Andalucía (UIA), España, y es Licenciado en Ciencias de la Comunicación egresado del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), México. En la actualidad, cursa la Maestría en Administración de Tecnologías de Información, en la Universidad Virtual del Sistema ITESM. Profesor del departamento de Comunicación y Arte Digital del Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México, y profesor del postgrado en Gestión e Innovación Educativa de la Universidad Motolinía del Pedregal.

Contacto:
jcarlomena@gmail.com
http://www.facebook.com/javocarlo http://www.cafeycatedra.blogspot.com

 


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